Amistad de este muy honorable espacio de lectura, ya estoy mejor. ¿Recuerdas que en mi última carta te conté que andaba cansadita? Bueno, pues sigo cansada, já, pero también más presente, retomando este espacio para escribir mis divagaciones.
Últimamente me viene rondando la frase: “que el fin del mundo nos agarre bailando”. No sé cuándo la escuché por primera vez, pero me pareció una forma divertida de decir que íbamos a pasarla bien, pase lo que pase.
Lo que no había entendido es que el fin del mundo ya llegó. Siempre está sucediendo.
¡Ealeee, arrancamos fuerte!
A diferencia de los finales apocalípticos que nos vendió Hollywood —con meteoritos, explosiones y efectos especiales— la realidad es que no necesitamos tanta pirotecnia: los seres humanos, como especie, tendemos a nuestra propia destrucción, así solitos, de a gratis.
Asimilar esta realidad es potente. Y frente a los horrores actuales es imposible no llenarnos de desesperanza, enojo, tristeza e impotencia.
A veces siento que todo lo que hago es intrascendente, superficial. Estoy a punto de subir una foto a Instagram y me entra cringe, cierto pudor por mostrar que la vida se siente bonita mientras el mundo está en llamas. Literalmente como el meme del perrito: “This is fine.”
Pero también sé que sentirme mal por lo que me hace bien no cambia nada.
La culpa es católica, y ese barco hace rato que zarpó.
En esas divagaciones andaba —sintiéndome la persona más incongruente— cuando leí esta frase de Franco “Bifo” Berardi en su libro Futurabilidad:
“Creo que la desesperanza es la única postura intelectual apropiada en este momento. Pero también creo que la desesperanza y la alegría no son irreconciliables, ya que la desesperanza es el ánimo de la mente intelectual, mientras que la alegría es el ánimo de la mente encarnada.”
Y dije: TRAKAAAAA. Sísoy.
Porque sí: constantemente tengo que recordarme que la alegría también puede ser una forma de resistencia.
En un mundo con tanta violencia, con un genocidio en curso y tanta desigualdad, nos queda la ternura y la colectividad. La importancia de encontrarnos fuera de las redes sociales. De vernos, tocarnos, escucharnos. De sostenernos.
Existen diversos ejes teóricos –y vivenciales– que nos recuerdan que hay revolución en la gozadera. Está, por ejemplo, la apuesta por la ternura radical que implica, entre otras cosas, “no desplomarse frente a nuestras contradicciones”1.
También la propuesta del amor como práctica política de bell hooks; la militancia alegre o incluso la fiesta como resistencia de las comunidades trans y cuir.
Tan humana como es la destrucción, lo es también el deseo de seguir con vida. Si no, no estaríamos aquí.
Por eso, en medio de todo el caos, nos deseo encuentros profundos, que se sientan como una caricia. Nos deseo conversaciones que enciendan nuestro fuego más primitivo y sigan resonando en nuestra mente en los días posteriores.
Nos deseo todo eso… y orgasmos… y poesía. Y que el fin del mundo nos agarre bailando.
“Y aunque la vida nos pese tanto
Juntos la alzamos y se aligera”
Ceguera - Lucas Hill
Manifiesto de la Ternura Radical. Dani d'Emilia y Daniel B. Coleman.
Uffff, justo lo que necesitaba leer, justo lo que necesitaba escuchar en mi cora 💕 te amouuuu! A gozaaaar