Amistad, toma mi mano. Tengo algo importante que decirte: no estás fracasando si tuviste que reconfigurar la idea de éxito que tenías para tu vida.
No estás fracasando si terminaste una relación que pensaste que duraría para siempre.
No estás fracasando si no lograste lo que te propusiste a inicios de año.
No estás fracasando si tuviste que abandonar un proyecto al que le dedicaste mucho esfuerzo.
No estás fracasando si las cosas no salieron como esperabas.
Sé que quizás vas a leer esto y no te va a consolar. Y está bien: revuélcate en lo que sea que estés sintiendo. Pero esta es una invitación a repensar qué consideramos un fracaso.
A medida que crecemos, se nos meten en la cabeza ideas súper rígidas sobre cómo medir los triunfos en la vida. Y normalmente la narrativa dicta que lo que termina, lo que se rompe o decrece, es un fracaso.
Es curioso, ¿no? En un mundo que nos ha demostrado una y otra vez que es cíclico, nos aferramos a la ilusión de permanencia.
Tenemos una obsesión con no fallar que me parece lo más antinatural del mundo. Porque “no fallar” implica que no hay espacio para el error… ni para el aprendizaje.
Lo digo con conocimiento de causa. A lo largo de mi vida he ido y venido como columpio sin freno. Me ha invadido el estrés, he tenido que dejar ir… Y lo que me ha ayudado a atravesar esos procesos es reconfigurar la forma en la que veo las cosas. O sea: ser flexible.
¿Sabes cómo a veces vives una experiencia transformadora, pero el aprendizaje no llega sino hasta mucho después? Hasta que tienes suficiente distancia para entender qué te quería mostrar la vida. Así me pasa con el decrecimiento.
Antes pensaba que en cualquier proyecto que hiciéramos, las cosas tenían que volverse cada vez más grandes.
Si ganamos cierto sueldo, el siguiente paso lógico es ganar más.
Si creamos un negocio, el siguiente paso lógico es crecerlo.
Si llevamos muchos años de relación con alguien, el siguiente paso lógico es casarnos.
Y así hasta el infinito.
Pero, después de unos cuantos putazos de realidad, entendí que el ciclo natural de la vida es expandirse y encogerse. Es algo tan básico como respirar. Vivimos, literalmente, gracias al ejercicio de inhalar y exhalar. Nuestro corazón late porque puede contraerse y después relajarse.
Te pongo un ejemplo personal. Hace algunos años, el medio que fundé venía de un año súper bueno: pudimos crecer el equipo, invertir en tecnología… todo se veía prometedor. Hasta que ¡traz!, se vino una racha difícil: proyectos que no se cerraban, pagos que llegaban tarde, cambios en los algoritmos…
Viví meses de estrés intenso tratando de buscar soluciones; salí llorando de cada junta con asesores financieros; pedí préstamos… Hasta que finalmente tuve que tomar una de las decisiones más duras: despedir a gente súper talentosa que no quería que se fuera. Personas que eran vitales para el funcionamiento del medio.
Genuinamente me sentía un fracaso.
Pensé que todo lo que habíamos construido a lo largo del tiempo se iba a perder para siempre por culpa de un mal año (porque obvio cuando una anda sumergida en la tristeza todo se ve híper dramático). Sin embargo, ese momento de quiebre me obligó a repensar por completo cómo funcionaba el proyecto.
No fue sino mucho tiempo después que entendí que esa decisión había sido necesaria para poder salvar el medio a largo plazo y asegurar un cierre responsable con quienes se fueron. Igual me di cuenta de que al estar tan ensimismada con mi “fracaso” había dejado de prestar atención a muchas otras cosas increíbles que estaban pasando en mi vida.
Ahí entendí que el decrecimiento, aunque dolorosísimo, es a veces un salvavidas.
Ver las cosas de esta forma me ha ayudado a replantear lo que entiendo por “éxito” o “fracaso”. No quiere decir que soltar se vuelva fácil, ni que ya no me frustre cuando algo no sale como esperaba, pero ya no lo percibo como algo trágico, porque ahora sé que estoy en una carrera de largo aliento.
Habrá momentos en los que tenga que parar a descansar y mirar las cosas desde otro lugar. Habrá un inicio y un fin. Y muchas veces es en ese espacio de cierre de ciclos, donde resulta que hay más libertad.
Solemos pensar que dar un paso atrás es fracasar, pero se nos olvida que no somos la misma persona que atravesó ese camino antes. Hay experiencias, conocimientos, perspectivas que se nos instalaron. Hoy tenemos otras herramientas para navegar lo que venga. Confiar en esa sabiduría propia me parece un antídoto frente a lo incierto.
Así que, bb, si estás atravesando algún “fracaso”, (porque todo el tiempo estamos viviendo pequeños lutos) ojalá puedas entenderlo como parte del ritmo natural de la vida. Y confiar en que, incluso cuando una parte de tu vida se contrae, tú tienes la capacidad de seguir expandiéndote.
P.D. Las hadas del algoritmo me pusieron un video de Tilda Swinton, en una entrevista en SXSW, donde habla sobre la importancia de darle a cada proyecto el tiempo que necesite para florecer. Y dijo una frase que me gustó:
“Mantén tus sueños suaves y maleables… flexibles, porosos y divertidos”.